La matemática romana había sido insignificante y al principio los europeos sólo pudieron adquirir en los libros latinos unos pocos conocimientos de aritmética. También conocieron un poco de matemática griega a través de algunos traductores como Anicio Manlio Severino Boecio (480-524), Aurelio Casidoro (475-570), Isidoro de Sevilla (569-636) y Beda el Venerable (647-735) que fueron los eslabones principales entre la matemática griega y la de los primeros tiempos del mundo medieval. La iglesia apoyaba el estudio de las matemáticas por su utilidad en el cálculo del calendario y porque eran consideradas como un buen entrenamiento para el razonamiento teológico.
Durante la Alta Edad Media los elementos disponibles para la enseñanza de la matemática eran escasos. La Geometría formaba parte del quadrivium y su objeto era el estudio de magnitudes tales como longitudes, áreas y volúmenes en reposo. A través de la astrología se estableció una curiosa relación entre las matemáticas y la medicina; los médicos tenían más de astrólogos y matemáticos que de estudiosos del cuerpo humano. En muchas universidades los profesores de astrología eran más comunes que los de medicina y astronomía propiamente dicha.
Durante los 700 años de la Alta Edad Media, desde el 400 hasta el 1200 las matemáticas no experimentaron ningún progreso. Europa no empezó a participar en el desarrollo de las matemáticas hasta que la civilización árabe comenzó a declinar.
La razón primordial del bajo nivel de las matemáticas era la ausencia de interés por el mundo físico. La cristiandad sólo imponía preocupaciones espirituales y los interrogantes sobre la naturaleza, motivados por la curiosidad o por fines prácticos, no se consideraban de interés. Lo que dominaba eran las doctrinas del pecado, el miedo al infierno, la preocupación sobre la salvación del alma y el deseo del cielo. El estudio de la Naturaleza se dejaba de lado porque no contribuía a alcanzar estos fines. Todo el conocimiento sobre la Naturaleza y el plan del universo y del hombre se obtenía de las Escrituras Sagradas. Los credos y dogmas, que eran las interpretaciones de éstas que hacían los Padres de la Iglesia, se tomaban como la suprema autoridad. Esta actidud se refleja en la siguiente frase de San Agustín:
"Cualquier conocimiento que el hombre haya adquirido fuera de las Sagradas Escrituras, si es dañino, allí está condenado; si es saludable, allí está contenido"
Hasta 1100 el periodo medieval no produjo ningún adelanto cultural de relieve. El ambiente intelectual estaba impregnado de misticismo, dogmatismo y confianza en las autoridades que eran continuamente consultadas. Apenas había ciencia teórica, la Teología encerraba todo el conocimiento, y no se buscaban principios diferentes de los contenidos en las escrituras.
Si la civilización romana no produjo casi nada en matemáticas porque estaba demasiado interesada por resultados prácticos aplicables, a la civilización europea le ocurrió todo lo contrario: no estaba preocupada en absoluto por el mundo físico. La cristiandad puso todo el énfasis en la vida después de la muerte y en la preparación para esa vida. Las matemáticas no pueden florecer ni en una civilización demasiado ligada a la tierra ni en una demasiado ligada al cielo.
Las matemáticas se han desarrollado con éxito en ambientes intelectuales libres que combinan el interés por los problemas del mundo físico con un deseo de pensar en forma abstracta sobre las ideas sugeridas por estos problemas, sin buscar un resultado práctico inmediato. La Naturaleza es la madre de las ideas que luego se estudian por sí mismas. Se obtiene así una nueva visión de la naturaleza, una comprensión más rica y amplia que vuelve a impulsar a su vez otras actividades matemáticas más profundas.